martes, 17 de abril de 2012

Reflexiones sobre el gran baile de la vida


por: Heriberto Castro

Uno es lo que es gracias a la gente que lo rodea...
desde la familia hasta los amigos mágicos.”
Ki Kianí (bailarina niuyorquina por motivo de su cumpleaños)



El idioma de la vida, para llegar a conclusiones profundas, es en ocasiones despiadado... pero quién sabe si necesario. Este pensamiento custodió mi mente la semana santa ante el recordatorio de como Cristo murió traicionado por los suyos para la gran enseñanza que aún hoy día tiene repercusiones espirituales. En la maraña que llamamos nuestra existencia, nos aislamos creyendonos superiores, insospechadamente estamos atados los unos con los otros teniendo consecuencias imperceptibles en nuestra propia esencia.


Tarde lluviosa en la comodidad de mi auto, tropiezo con el visual de una mujer haciendo piruetas para sostener su sombrilla y la compra que llevaba a su salida del supermercado. Con sus pies mojados ante el uso de zapatos abiertos y los cabellos aleteando ante la fuerza del viento... la compasión me movió a ofrecerle transporte a dónde quiera que ella se dirigiera. Sin embargo, quizás víctima del pensamiento nocivo que nos arropa como pueblo, me contestó que ya estaba cerca a donde se dirigía. Continué a mi casa sin dar más pensamiento al asunto.

Al llegar, saliendo del elevador, por la ventana del pasillo miro como la lluvia y el viento había tomado proporciones huracanadas. Para mí sorpresa, veo a la mujer corriendo hacia el vestíbulo de mi edificio... en esta ocasión sombrilla cerrada (quizás por el viento) mientras corría toda empapada en una aparente combinación de sudor y agua entretanto las bolsas de compra las sostenía apretadas a su pecho para que no se rompieran ante el impulso de su corrida y el aguacero atroz que caía.


El evento, de forma misteriosa, me transportó a la noche del Sábado de Gloria cuando camino a la iglesia, observaba el planeta Venus. El visual: un Venus brillante y hermoso dentro de una gran nube turbia (pues cruzaban las estrellas de Las Pléyades). En aquél momento pensé como el hermoso visual era provocado por la interacción de los cuerpos galácticos y el paralelismo ante la vida misma... el brillo u opacidad que proyectamos ante la interacción con nuestro entorno. Lo lamentable… no siempre nuestras interacciones son determinadas por nuestra voluntad y aún en momentos que tomamos decisiones, estas son influenciadas por nuestro bagaje imperfecto de pensamientos e ideas. Así, terminamos en ocasiones empapados en la lluvia de la tragedia o iluminados con la certeza de que andamos en la vía correcta. El gran misterio: ¿qué inclina la balanza? ¿cómo saber la decisión correcta? ¿Qué pasos dejan impregnadas las huellas a seguir o las huellas que deben desvanecer? ¿Cómo estar en el lado positivo de la ecuación? Siendo seres imperfectos, solo tenemos un camino... el camino del aprendizaje, día tras día; experiencia tras experiencia...


Si la experiencia humana es una maraña de intersecciones, encuentros y desenlaces entre nosotros mismos, ¿no es acaso la evolución del individuo la evolución misma de los demás? El montaje de una coreografía conlleva la interacción de sus bailarines. El momento exacto de un paso que es necesario para la manifestación de otro... La cadena de eventos nos guía a un pensamiento común de los participantes. Pero… ¿que si súbitamente se lesiona uno de sus miembros y la función es el día siguiente? El colectivo reacciona. El mar de ideas comienza a brotar y de manera mágica un nuevo movimiento improvisado se fija para lo que será la nueva interpretación para llevar el mensaje requerido del coreógrafo. Pero... que ocurre cuando el evento trata de la vida misma. Contamos en situaciones con seres cercanos... donde el amor fraternal prevalecerá y seguimos con la coreografía del momento.




©Lorena Andradez


Pero hay caminos recorridos en solitario. Caminos donde el implacable dolor nos hace sentir la soledad infinita… porque es el dolor más profundo. Solo el que lo sufre puede ver la totalidad de su dimensión. Los cercanos observamos, abrazamos y lloramos... pero solo el que lo padece sufre toda su inmensidad. Son estos momentos donde lo divino y lo humano se intersectan. Momentos donde solo la serenidad nos revelará la paz necesaria para sobrellevar la carga.

Según el relato bíblico de Lucas, ante su muerte, Cristo permaneció sereno... y exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mí espíritu”. Como humanos, lo celestial nos invita a renunciar lo efímero para encontrarnos en la dimensión espiritual y aunque juguemos con la idea de ser omnipotentes, son estas experiencias las que nos llevan a agarrarnos de la fuerza divina más allá de toda comprensión... fuerza que parece lejana excepto en la dificultad… donde lo humano acaricia lo divino.