lunes, 30 de mayo de 2011

El Embrujo de Ballets de San Juan





Dentro del marco de reconocimiento por la labor de 20 años de Bárbara Hernández en Ballets de San Juan, se presentó este pasado fin de semana El Amor Brujo en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré. La velada dividida en dos partes inició de forma confusa para quien no leyó el programa, al comenzar la función con Eyerí y Marú; pieza que aludia a los indios taínos y a lo cual vecinos de asiento se extrañaron ante la expectativa de un baile español. Una vez explicado la división de la función, la calma se apoderó del grupo permitiendo el espacio al disfrute.



La noche estaba cargada con diferentes posibilidades... por un lado la veteranía de la homenajeada primera bailarina Bárbara Hernandez y la intervención del solista invitado de la noche Omar Nieves de Ballet Concierto. Por otro lado, la brujería que traería al escenario Rosario Galán a quien su experiencia la carga suavemente definiendo nuevos horizontes de individualismo artístico al influenciar con el flamenco una gama de géneros.

Es así que inicia la presencia ballética con Eyerí y Marú del coreógrafo Eloy Ortíz donde confieso que aunque preparado para una primera parte contemporánea, me toma por sorpresa su temática llevandome súbitamente a hacer ajustes mentales para harmonizarme con el momento presente. Elemento fácil ante la excelencia técnica de Bárbara Hernández y Omar Nieves además del uso efectivo de iluminación y vestuario. Bajo el marco de la música cuasi-hipnótica de Carlos Lazarte, la pieza comisionada en el 1999 tiene su particular magia al entrelazar movimientos clásicos con estampas modernistas alusivas a petroglifos taínos. La pieza se convierte en un paseo de imágenes que nos deleitan ante la transformación de los cuerpos a un pedazo de nuestro pasado.

Lyulma Rivera y Omar Nieves en Reflejo ©HC
Ahora bien, admito mi perplejidad ante la condición física de Lyulma Rivera en la exigente coreografía de Jesús Miranda, Reflejo. Ante la música minimalista de Jon Hassell con repeticiones de frases melódicas, la pieza entra en un juego de entrelazados giros y saltos de continuo contacto que inevitablemente nos adentra a la observación hasta caer en un estado meditativo. Acompañado por la excelencia de Nieves, Rivera logra con sus líneas, extensiones y actitud cautivarnos en lo que de otro modo hubiese sido un simple ejercicio corpóreo. Me parece este el momento mágico de la noche teniendo su climax con lo inesperado de su ejecutoria rindiendome ante la demandante pieza.


Sin intención de quitar mérito a lo exacto de la técnica, en mi apreciación, la pieza A Cello de Ricardo Meléndez necesitaba más ensayo evidenciado en los tiempos al momento de la participación de todo el elenco. Deseoso de ver en un futuro la pieza, quizás sea más efectiva al no ser precedida por una tan imponente en su demanda física como la de Miranda. Aún así todos sabemos que hay noches y hay noches... quizás la noche del sábado estaba llena de conjuros que no permitió la fluídez del cuerpo.

El Amor Brujo... plato principal de la noche y sus múltiples capas.
Para comenzar, tan solo ver bailar a la legendaria Rosario Galán como la hechizera fue un deleite por sí mismo. Su energía en el desplazamiento escénico no deja de maravillar aún a los años que carga su cuerpo. Su adaptación de la pieza andaluza de corte gitano compuesta por Manuel de Falla y comisionada en su origen en el 1914 tiene a su haber la compleja tarea de integrar la rígidez y punteo del ballet clásico con la libertad de la fuerza expresiva, palmoteo y taconeo del flamenco donde incluso el movimiento exige en ciertos momentos los brazos hacia abajo para acentuar o proyectar una emoción. Es decir, técnicas opuestas en un escenario con el mismo fin, de cierto no es tarea fácil. Tampoco es tarea fácil para el observador que tiene que seguir el movimiento para interpretar la trama de la pieza. Este junte de estilos añadido a la limitación del espacio escénico de la Sala de Drama René Marqués hacia por momentos caer la acción en lo que podría interpretarse como pequeños vacíos. No tengo duda que ante un escenario más grande como la Sala de Festivales, esto no hubiese ocurrido. Es lamentable la escasa asistencia de público a las salas para disfrutar del baile nos límite hasta cuanto extender nuestra creatividad.

Otro elemento económico que afectó la apreciación lo fue la diferencia en calidad de sonido entre diferentes cortes de la presentación. Hubo momentos donde el flamenco requería un sonido de poder y ante la dilución auditiva de la grabación, se escuchaba uno que otro taconeo fuera de tiempo (aprendices de hechizera).

Las interpretaciones de Bárbara Hernández (Candelas) y Andy Machín (Carmelo) fueron exquisitas muy particularmente en la escena de enamoramiento donde nos despierta la emoción de manera muy real. Asi mismo, tanto Lyulma Rivera (Lucía) como Stephan Vega (espectro de José) armonizaron exitosamente ante la trama.
Rosario Galan en El Amor Brujo ©HC

En realidad, ningún defecto técnico quita la grandeza del momento ante el reto de la adaptación. Solamente el hecho que estudiosos de lo clásico se entrenen ante una técnica tan opuesta logrando proyectar la compleja trama de El Amor Brujo... hay que quitarse el sombrero, doblar rodilla y gritar bravo ante retante propuesta.


Nota: Te invito a ver la participación de Rosario Galán en la película Muerte de un Ciclista (1955). Avanza el video de Google a 43min 15sec. Segunda participación a 46:25.

domingo, 15 de mayo de 2011

Vive Villaflor...

...en el Balleteatro Nacional

La capacidad del ser humano... la intriga y las posibilidades; dicíplina, creatividad. ¿Qué decir sobre la función Vive de Balleteatro Nacional en el Centro de Bellas Artes de Guaynabo el pasado fin de semana? Si bien suena pretensioso el título de la función aludiendo a Virtuosísmo y Versátilidad (Vi-Ve), admito la capacidad de la compañía para jugar con estos adjetivos.

Del Primer Acto dedicado a lo clásico, destaco la excelencia técnica en todas sus piezas. El Hada de las Muñecaspas de trois (de Sergei Legat) tuvo un atractivo especial con la gracia de movimientos mezclado con la necesidad en estos tiempos de reir y sentir alivio durante una función de entretenimiento. Ello contrasta con la escena del balcón de Romeo y Julieta (música de Sergei Prokofiev) dónde  la coreografía no requiere grandes demandas técnicas, la fuerza interpretativa de la primera bailarina Laura Velentín junto a José Rodríguez nos lleva a identificarnos fácilmente con la emoción de una declaratoria de amor llena de drama.


Pulsar Imagen (Foto: Heriberto Castro)

Es la pieza ¿Dónde están? del Segundo Acto donde me vi obligado a pausar en mi mente para digerir lo acontecido. Con música de Astor Piazolla, el coreógrafo Rodney Rivera nos trae la densidad de los sucesos que rodean la muerte de la activista de los derechos humanos en Argentina, Azucena Villaflor. Villaflor lideró el movimiento Asociación Madres de Plaza de Mayo compuesta de madres cuyos hijos habían desaparecido en la Guerra Sucia de la dictadura militar de Argentina en los años 1976 al 1983. Con un estimado oficial de la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas de 13,000 desaparecidos, la junta militar de entonces organizaba torturas, violaciones y desapariciones en masa en un intento por aniquilar la oposición. De acuerdo a testimonios y a hallazgos de cuerpos, la hipótesis más fuerte sobre las desapariciones eran los vuelos de la muerte donde despojados de vestimenta, eran lanzados con vida al mar desde gran altura.  


Desde la calma, Rodney nos envuelve en el acuerdo de movimientos entre la milicia y los elementos civiles personificados en Omar Román y Daniel Ramírez. Paulatinamente nos sumerge dentro de la angustia del rapto de Yenessis Marzán como una de las madres del movimiento activista (el cuerpo de Villafor fue encontrado junto a otras dos madres).  La corriente de movimientos coreográficos es llevado a escena con demanda técnica donde sus integrantes demuestran la profundidad del tema. El acto sublime obliga a la entrega de la observación, de la reconstrucción del calvario recorrido por estas dos madres. Azucena Villaflor representada por Laura Valentín, se integra a la escena donde sin importar el secuestro y las atrocidades de la milicia, sus movimientos denotan determinación, coraje y lucha ante un reclamo de justicia. El paralelismo con la historia es aún más evidente con el movimiento donde parecen ser lanzadas al vacío. La angustia ante la muerte solo hace su causa más fuerte. 


Refleciono… esto ocurrió ¡los otros días!  No es un evento muy alejado por el tiempo... su final coreográfico: Villaflor es pateada con desprecio aún ante su muerte. La cotidianidad con que comenzó la pieza es ahora una nueva realidad; el desprecio a la vida. ¿No es acaso lo que estamos viviendo en el presente? Azucena Villaflor desapareció hace 28 años... su cuerpo fue identificado a fines del 2004.  Pienso en historias similares, otros países y nuestra isla.  Aún dentro de la búrbuja isleña y el ay bendito, se cometen injusticias de vida todos los días...  Los héroes trascienden, sus espíritus evolucionan. Pero aquí quedamos los comunes, aprendiendo del pasado o repitiendo la desafortunada historia.

lunes, 9 de mayo de 2011

Danzando a 4 lados: ¿Qué pasó en Coribantes?

Plano y sencillo. Lo bueno y lo malo que conlleva la valentía de la experimentación. Sus aciertos, sus desilusiones… Su yin y su yang.
  
Lo crucial del experimento: el escenario de 4 lados. 

El reto de una coreografía para 4 lados tiene varias fases.  Primeramente, nos topamos con la capacidad del coreógrafo de mantener en cuatro lados la intriga y la emoción de la temática de su pieza sin ningún elemento de composición escenográfica que no sea el cuerpo mismo de baile y la poca variedad de iluminación que esto conlleva en un espacio tan reducido como Coribantes. En segundo lugar, tenemos el reto de la capacidad del público para apreciar un estado de composición donde en ocasiones se puede perder una acción en determinado espacio del escenario.

El otro elemento... la cercanía.  Si bien Coribantes es cómodo para ciertas obras teatrales, la cercanía a bailarines tiene su dimensión mágica, a favor en momentos dados y desgraciados en otros. Elementos sencillos como el vestuario apartaban la atención de la pieza, en ocasiones pecando de sobrecargados. Es en este particular donde la mezcla de lo contemporáneo con lo clásico tiene su reto para el observador.

Me senté en el lateral izquierdo de la entrada principal.  Desde este punto, me resultó incómodo y abrumador el contraste de los “tutus” en un espacio donde comodamente lo contemporáneo brilla. La cercanía comprometía mi ojo, especialmente donde las cuatro compañías salen al mismo tiempo. El momento se convertía como en una especie de lucha libre entre mi cerebro y mi espíritu para determinar quién merecía la atención. Si esta era la intención, tuvo su efecto. Pero ciertamente el visual fue visto por mi cerebro como confuso y cargado e interpretado por mi psiquis como monótono. Agraciadamente, el deleite de ver ciertos bailarines en particular, calmaba mi ser y podía entrar en el enfoque de apreciar movimientos de unos y otros... nuevamente: el yin y el yang del momento con el elemento de la cercanía.

Cristina Lugo y Eloy Ortíz en la participación
de Andanza con ADAGIO de Carlos Iván Santos. 
Tengo que aplaudir la excelencia técnica de Ballet Concierto en su Pas de Trois Acto 1 de Paquita pero no es sino en Ojos que no ven que la compañía tuvo su despunte en el limitado espacio. La adaptación a 4 lados de la coreografía de Ana Sanchez-Colberg ocupó la misma efectividad que en teatro proscenio convirtiéndose la cercanía en valor añadido cuando hasta la respiración se integra efectivamente a la pieza y la emoción que vive el bailarín se transmite rápidamente al observador.     

Andanza deleitó comodamente con las dos coreografías de Carlos Iván Santos. Adagio tuvo para mí un atractivo particular al observar la emotividad interpretativa de la nueva adquisición de la compañía Cristina Lug junto a Eloy Ortíz pese a la excelencia de todos los involucrados. 

De Mauro destaco la pieza coreografiada por Rodney Rivera, Guardadito donde los bailarines dominaron el espacio con su energía y fuerza interpretativa. 

Ahora bien, desde mi silla... el experimento Danzando a 4 lados tiene su resumen en dos piezas. El Mito (dividido en dos partes) de Ballets de San Juan y Primitivo urbano de Andanza. La segunda parte de El Mito (tormento) coreografiado por Karen Schwarz nos presenta una pieza cargada tanto en la iluminación como en los movimientos coreográficos transportándome a los tiempos de Calichi en la decada de los ochenta. Indudablemente la cercanía fue un elemento lamentable donde errores, omisiones y exageraciones tuvieron su peso para no apreciar la pieza en su totalidad. En contraste con la genialidad de la coreografía de Carlos Iván (Primitivo urbano)nos trajera la catarsis del hombre moderno con los destellos de iluminación que en momentos arrancamos de nuestra compleja cotidianidad.

Si algo negativo hay que destacar del experimento Danzando a 4 lados, es el poco apoyo del público ante una audiencia reducida quizás como resultado de la actual economía que vivimos o ante el miedo de lo que la experimentación pueda acarrear. 

Aplauso a la valentía y dedicación.