por: Sara Justicia Doll
Para mi abuela Nellie García de Justicia, quien por años fue crítica de ballet para el periódico El Mundo y a quien acompañé desde niña cuando iba al teatro, con su libreta, bolígrafo y una pequeña linterna para escribir. Nunca olvidaré el intercambio de impresiones entre mi abuela y su eterno amigo, el también crítico y conocedor del ballet, Max González. Que ambos descansen en paz.
Luego de 16 años, el pasado fin de semana, Ballet Concierto de Puerto Rico presentó en la Sala de Festivales Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, el ballet romántico clásico, Giselle... una de las piezas que los amantes de este arte procuramos disfrutar cada vez que surge la oportunidad.
Giselle, un ballet de dos actos con música por Adolphe Adam, fue presentado por primera vez por el Ballet du Théåtre de l'Académie Royale de Musique, en Paris, Francia, en junio de 1841. Se convirtió en uno de los ballets clásicos más populares en Europa, Rusia y Estados Unidos.
En esta ocasión, Ballet Concierto invitó al matrimonio compuesto por los bailarines independientes, los cubanos Adiarys Almeida y Taras Domitro para dar vida a Giselle y Albtrecth-Loys, Duque de Silesia, respectivamente.
Adiarys Almeida y Taras Domitro junto a las willis. Foto: Suministrada BCPR |
El primer acto abrió en la aldea campesina donde vive Giselle, una joven que ama bailar pero quien vive afectada por una condición de salud. Su madre, Berthe, vive aterrorizada de que Giselle muera doncella sin casarse y pase a la eternidad como una Willi... es decir, como un espíritu nocturno que habita en el bosque y que mata a los hombres que llegan al lugar después de la media noche. Albrecht se enamora de Giselle haciéndose pasar como vecino de la aldea. Pero Hilarión, el guardabosque, que también está enamorado de la joven danzante, lo desenmascara y revela ante toda la aldea y ante Giselle que Albrecht está comprometido con Bathilde. Al saber la verdad, el enamoramiento de Giselle se rompe y pasa a un trance de locura que la hace bailar desesperada hasta desplomarse y morir.
Por otro lado, Domitro demostró gran capacidad para entrar en el personaje del campesino enamorado, quien al revelarse su verdadera identidad, se revuelca en su dolor al ver a Giselle muerta por culpa dc su imprudencia. Domitro dominó el escenario con facilidad sorprendiendo a todos con su desplazamiento aéreo con sus saltos tipo resorte. Sus brincos eran ejemplos de gran agilidad, fuerza, control, técnica y flexibilidad. Fue inevitable la lluvia de aplausos en cada una de sus apariciones.
El Pas de Quatre Campesino a cargo de Adriana Alvarado, Faviana Quiles, Ariel Martínez (bailarín invitado de "The Washington Ballet") y Odemar Ocasio merece una especial mención. El cuarteto bailó al unísono y compenetrado. Las jóvenes se destacaron por sus largas extensiones y los varones por sus altos saltos.
Al abrir el telón en el segundo acto, se apreció la tumba de Giselle a la izquierda del escenario y entre las ramas de la arboleda, aparecieron las willis flotando de manera excepcional mientras ejecutaban sus bourreé de un lado al otro.
Del segundo acto, hay que dar un gran crédito a la directora de ensayos, Nicole Colón. Las diversas formaciones de las willis capturaron la atención del público ante su limpieza y consistencia. Las willis, como cuerpo de baile, lucieron una interesante dicotomía como seres de luz en vestidos de tul blanco que contrastaba con la oscuridad. La sobriedad en sus rostros era la antítesis de su capacidad y fuerza para enloquecer a los hombres.
Hilarión, el guardabosque (Aureo Andino, bailarín invitado de Mauro Ballet), visitó la tumba de Giselle y es atacado por las willis. Llega entonces Albrecht quien busca el perdón por su engaño a Giselle. Giselle, conmovida por su arrepentimiento intenta salvarlo pero la Reina Myrtha lo obliga a continuar bailando hasta la muerte. Sin embargo, la inmensidad de su amor por Giselle le permite sobrevivir hasta el amanecer; momento cuando las willis desaparecen.
Nuevamente, Almeida dio catedra de su capacidad interpretativa controlando sus penchés a la vez que sostuvo su rostro agónico y triste.
El punto climático del segundo acto se manifestó cercano a su final cuando Domitro, al borde de su muerte por bailar al son de la tortura de las willis, fue persistente en sus saltos y vueltas hasta sucumbir... aún con vida para ver el último atisbo de su amada Giselle al volver a su tumba.
Un gran aplauso a la dirección artística de Victor Gili y la dirección ejecutiva de Sandra Almodovar.