lunes, 23 de mayo de 2016

El gran baile de la vida (2do): De la fragilidad y el amor

por Heriberto Castro























El Lago de Patillas.... las diferentes texturas del paisaje. El momento en que tomé la foto, fue uno muy especial. Me recuperaba de un acontecimiento que confrontaba mis conceptos, percepciones y texturas del fluir mismo de la vida. Advierto este escrito es solo para adultos.

La tarde se mostraba hermosa ante los rayos amarillentos atravesando la bruma de verano. Manejando sin capota, el viento contra mi desnuda cabeza se deslizaba frío y se tornaba poco a poco cálido a medida que bajaba del área del Bosque Carite luego de atravesar el tumulto de Guavate. El contraste del bullicio merenguero y el silencio del bosque me lanzaba al pensamiento de las dualidades de estar vivo... lo bueno, lo malo; lo hermoso y lo menos hermoso. Pese a la dualidad, allí estaba el paisaje como testigo del placer de vivir.... el rumbo, Patillas y quizás un mantecado en la Plaza de Guayama.

Todo parecía hermoso. Una curva, un paisaje; el verde, el amarillo y de pronto, una recta. El camino recto estaba completamente desierto con excepción de un carro que se divisaba a lo lejos y un hermoso perro de tamaño mediano tratando de ponerse en pie infructuosamente en medio de la carretera. Era evidente, el carro había acabado de impactar aquella vida. En una reacción sin pensamiento, aceleré para atravesar el carro y protegerlo de otro impacto. A medida que me acercaba en el auto a toda prisa mi mente se enfocó en su cola. Su cola se movía de lado a lado como cuando están alegres... quizás pidiendo ayuda, quizás perdonando al que lo impactó, quizás confuso con la situación. Al bajar del auto veo que hay otro perro ladrando incansablemente a la orilla como diciéndole que se levantara. El brío del impactado me daba esperanzas... todo iba a estar bien.

A medida que camino hacia su cuerpo, el ángel caído le da un ladrido a su amigo en la orilla. No hablo el lenguaje de los perros... lo único que sé es que en inglés DOG es Dios al revés (GOD) y qué saben intuir el lenguaje de los humanos. Pero aquél ladrido me sonó a sorpresa con lo que le había pasado y a la misma vez le estaba comunicando al otro que todo estaría bien.

A medida que me acerco, con una conciencia muy despierta, el animal me observa mientras deja de moverse. Se había dado cuenta de que había perdido la capacidad de desplazarse. Me inclino, lo toco en el pecho, luego la cabeza. Le digo que todo va a estar bien y me hago testigo de como se va calmando.

De manera suave, tomé aquél cuerpecito y lo puse a la orilla en un césped mullido. Su amigo seguía ladrando inconsolablemente al otro lado de la carretera mientras otros autos pasaban lentamente a ver la escena. Noté lo bien cuidado del ángel caído y que su amigo poseía un collar. Habían casas cerca por lo que de seguro, la pareja había decidido tomar un paseo ante la belleza de la tarde.

Ante la angustia de su amigo, el ángel caído permanecía tranquilo, mirándome mientras dejaba mi mano en su cabeza y le repetía que todo estaría bien. Lentamente mis esperanzas se desvanecían mientras su mirada cambiaba y su expresión se alejaba indicando que aquella alma se iría pronto. Tuve que aceptar rápidamente que eso ocurriría y mi cántico cambió: “vete tranquilo que todo acá estará bien”. Poco a poco, áquel cuerpecito dejó de respirar tranquilamente.

Admito haber sentido cierta desesperanza ante mi incapacidad de haber sido de mejor ayuda y un gran coraje por la existencia de un insencible que decidió no frenar en una inmensa recta sin ningún otro vehículo en la cercanía y un ser vivo en medio de aquella carretera. Pero quién soy yo para juzgar lo que no he visto. No fui testigo del impacto.

Repentinamente, mientras me despedía de áquel “ángel caído” me sobrevino una inmensa paz. Me dí cuenta que había ayudado a ese ser a hacer su transición. Pero aquella paz no era suficiente. Vivo siempre en la búsqueda de los porqués y con cada experiencia vivida me alejo más y más de creer en las casualidades. La tarde seguía hermosa pero mi mente intranquila... es así como llego al Lago de Pastillas, con el recuerdo de la mirada de áquel ángel y del ladrido desesperado de su acompañante.

Observando las texturas de áquel paisaje, se para a pedirme direcciones un amigo que no veía hace quizás 25 años. Ninguno de los dos nos reconocimos hasta que la memoria de su voz me hizo preguntarle si él era ceramista. “Sí”, me dijo. “Manolo Borrero”. Ahí me identifico nos reímos y nos abrazamos ante el recuerdo de cada cuál con pelo en la cabellera. Una vez hablado lo que tuvimos que hablar, Manolo continuó su camino y yo quedé una vez más pensando en las “casualidades”... los porqués.

Llegó la noche y llegué a mi balcón. Allí estaba la luna en su segundo día de llenura. Pensé en mis vivencias de luna llena; la felicidad compartida en el esplendor del mar en Maunabo y la tristeza de la luna llena ante una repentina mudanza un 24 de diciembre... la dualidad de vivencias entrelazados con el movimiento de un cuerpo luminoso. Súbitamente entendí la enseñanza y quizás la razón del incidente... del sacrificio del ángel caído.

Constantemente nos estamos recordando lo que no somos. Somos expertos en la auto-flagelación de lo que no pudimos hacer o ser. Sabemos exactamente cuando fuimos indecisos, sus consecuencias y los juicios. Cada momento que tenemos la oportunidad nos recordamos la cadena de eventos donde fallamos y a los que herimos y como los herimos. Recordamos lo no tan bueno en nosotros tanto que perdemos visión de las cosas que hacemos bien y a quienes hacemos bien. Se nos olvida nuestra propia humanidad y como evolucionamos a través del error y el fracaso. Se nos olvida lo divino en nosotros y que cada prueba fortalece nuestro carácter, nuestra fe.

Aunque observaba la belleza del paisaje, no la estaba disfrutando a capacidad. Antes de aquella recta y de camino hacia Patillas, por momentos mi mente viajó hacia lo que aún no he hecho, hacia lo que aún no he sido. Al tener el incidente frente a mí, el “aquí y el ahora” me movió a la acción que es natural en mí; se despertó la compasión y el amor. La mirada de áquel ángel se quedó impregnada en la mía para recordarme lo divino en mí... para que haga una mirada a todo lo que soy y que a veces olvido por prestar atención a las heridas y desengaños de la vida... para que recuerde que Dios me está moldeando con cada experiencia y cada latido de mi corazón... que aunque la vida es frágil, aún en la desgracia ¡hay bendición!

Gracias a todos los ángeles disfrazados de perros que se han cruzado en mi vida y que siempre me han enseñado a ser mejor persona.



If you do not take responsibility for bringing love to your own wounds, you will not move out of the vicious cycle of (self-) attack, defense, (self-imposed-) guilt and blame”

Love Without Conditions
Paul Ferrini