Me sorprende la noche de estar aún en los predios de mi trabajo. El cansancio castiga fuertemente mis pies pero... me había prometido no perderme la presentación de Cheo Feliciano ante la celebración de los 30 años del Centro de Bellas Artes de Santurce. Mi compromiso era quizás de espiritu más que de conciencia. Una remota necesidad me llevó a la plazoleta del Centro sin entender realmente que hacía allí ante el arrastre de mis pies.
A medida que me acerco al meollo de la actividad... observo y continúa mi dilema. Impresionado con los matices de edad, dudo de mis dotes de “niño joven”. Inesperadamente me sorprendo de cierta contemporaneidad con los allí presentes. Me uno a la espera colectiva del afamado cantante ante una extraña empatía.
Foto: 2011© Heriberto Castro
La presencia de Cheo siempre apela a la familiaridad. Nos identificamos con sus luchas, sus causas y su mera presencia nos levanta una sonrisa apelando su dulzura y afecto donde sus canciones nos seducen y no nos queda otra, que embelezarnos ante su canto. Sus cuerdas vocales, consecuentes con su uso y el pasar de los años no quitan su disfrute. Mi triste problema nos dejó perplejos. Mas aún, fuimos testigo de como el espíritu de juventud se apoderó del lugar transformando su voz a medida que calentaba... como si estuviese en sus mejores tiempos. Al momento de Anacaona, Cheo continuaba inyectando la misma energía al público convirtiendolo en su cuerpo de baile. La juventud se mezcló con la experiencia, el baile adquirió sentido propio y un deseo de ser participe arropaba el lugar.
Acompañado por la orquesta Sentimiento 25, Cheo nos hizo vivir nuevamente su emoción. Emoción sin tiempo ni espacio... como si nunca hubiera dejado de existir. Cheo siempre allí, en algún rincón nuestro, siendo parte de nosotros y nosotros parte de él.
Gracias Cheo, gracias “Tite”.